Nadie sabía qué le pasaba a aquella naranja. Se encontaba muy sola y triste. Quizá era debido a su soledad. Quizá por su estado, cada vez con menos piel, que con el paso de los minutos adquiriría un tono que le haría perder toda personalidad.
Ya no se llamaría "naranja".
Se convertiría en algo inservible, inútil. Perdería incluso todas esas propiedades, esas vitaminas que en tan sólo tres minutos se pierden según todas las madres del mundo.
No, ya no se llamaría "naranja".
Todos aquellos sueños dejaron de existir. La emoción al saberse separada de su cesto original en el mercado se había convertido en algo muy lejano, demasiado.
Pobre naranja. Sin esperanzas. Sin piel. Sin vitaminas.
Nadie sabe qué fue de ella. Hay quien dice que aún se la ve allí, inmóvil, esperando que llegue el tan deseado momento por toda naranja de hacer ver que es la que más propiedades puede aportar al comerla. Pero no nos engañemos: una naranja triste, solitaria... puede haber sido capaz de cualquier cosa.
Así es. Desde aquel momento aquella naranja dejó de ser una naranja.

La naranja solitaria, la última vez que se la vio.
[Clic para ampliar]
[Clic para ampliar]