
En el mismo hotel que Harris se hospeda la joven Charlotte (Scarlett Johansson), a la que le sucede tres cuartos de lo mismo: no sabe qué hacer con su vida, no sabe qué hace en Japón, no encuentra su sitio en aquel país en el que se encuentra desatendida por su marido, fotógrafo de estrellas, que nunca encuentra los suficientes momentos para estar con ella.
La casualidad, el azar o el destino hace que ambos se encuentren y empiecen a entablar una amistad realmente especial. Saben que son almas gemelas, que les ocurre exactamente lo mismo, que (se) sienten de idéntica forma. Y ello crea unos momentos magníficos, únicos en la película.
Cada vez que veo esta película no puedo evitar emocionarme cuando comparto la preciosa relación que tienen los dos protagonistas. Una empatía hacia unos personajes que reconozco y con los que muchas veces me identifico, como pocas veces me han hecho sentir las películas... Por eso me gusta tanto Lost in translation, de Sofia Coppola.