En 1983 llega la película que supone un antes y un después en la filmografía de David Cronenberg: Videodrome. Es su cima, es donde alcanza el summum de su carrera, pues no ha hecho nada que se le parezca. Es su obra maestra (de todas las que tiene, ya que tiene varias, pero esta es probablemente la que más alto se encuentra), y además es también la película en la que el propio director opina que ya ha realizado todo cuanto quería realizar, siendo esta una de las razones que le llevan a justificar que en su siguiente película (La zona muerta) no la haga con un guion escrito por él mismo, sino que sea con material ajeno. Por si fuera poco, es nada menos que alguien tan potente como Universal quien le produce la película... lo cual quedó claro que no era algo conveniente, porque según palabras de Cronenberg, no entendieron la película debido a lo conservadores que eran, y solamente la tuvieron en exhibición una semana. Con eso, obviamente, la película no tuvo éxito.
Videodrome es una de las películas más hipnotizantes de Cronenberg, pudiendo calificarse como una de esas películas que no se tiene claro en ciertos (o muchos) momentos qué está pasando pero que no se puede dejar de mirar la pantalla (David Lynch es otro experto en estas lides). Nunca mejor dicho eso de no poder dejar mirar la pantalla, ya que la propia película va de eso: la alienación de la gente frente a la televisión y a su contenido, a lo que ésta puede provocar en nosotros como espectadores si no nos abrimos a otros mundos, a otras realidades más allá de lo que ahí se ve. Cronenberg lo ejemplifica con sus personajes, haciéndoles decir aquello de “muerte a Videodrome, larga vida a la nueva carne”, en los momentos en los que ya la realidad y las alucinaciones han llegado a un punto en el que es difícil dilucidar dónde se está, en qué momento concreto han empezado las alucinaciones o qué se está viendo. El espectador debe elegir qué camino coger, al igual que, al final de la película, lo elige el protagonista.
Prácticamente toda la película está rodada en espacios pequeños, interiores, lo cual ayuda a notar ese desasosiego general y el sentimiento de irrealidad que tiene toda la historia, y además está montada de una forma fantástica, teniendo algún momento en el que Cronenberg se permite flirtear con el Hitchcock de Vértigo (De entre los muertos) y uno de sus momentos más increíbles dentro de toda su filmografía: aquel en el que James Stewart y Kim Novak se besan, empezando a girar todo sobre ellos, cambiando la percepción que Stewart está teniendo de la realidad, no sabiendo dónde se encuentra realmente al besarla... Pues eso mismo pasa en el momento en el que, más allá de un simple beso (hablamos de Cronenberg), los personajes de James Woods y Deborah Harry están haciendo el amor en el suelo del piso de él y según se acerca la cámara, es cuando Woods se fija en que su obsesión está yendo más allá de lo que pensaba y esperaba: se encuentran follando dentro del Videodrome y el cambio de lugar ha sido sin que nadie se diera cuenta. Sin duda, un momento sublime del que Cronenberg sale perfectamente airoso ante la referencia.
En definitiva, Videodrome es una película única en todos los sentidos, que rompió moldes y quizá por eso no fue entendida en su momento, pero que años más tarde ha demostrado ser todo un referente indiscutible en cineastas y en películas ya calificadas de culto, como por ejemplo la trilogía de Tetsuo, dirigida por Shinya Tsukamoto (acólito perfecto de Cronenberg en cuanto a Nueva Carne se refiere). También se puede ver algo de Videodrome, a muy menor escala pero también con relación sobre una persona, la tecnología del vídeo y sus obsesiones o alucinaciones, en la más reciente Rent-a-pal (Jon Stevenson, 2020).
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