Tras Vinieron de dentro de... David Cronenberg realiza una película con ciertas similitudes: Rabia. En esta nueva película, también de infectados, los que portan la enfermedad no parecen tener apetito sexual, sólo ansias de comer y de matar. En cambio sí lo tiene la protagonista y “paciente cero” de toda la expansión de la enfermedad. El origen de todo es porque esta chica, llamada Rose e interpretada por Marilyn Chambers (ya por aquel entonces una actriz muy conocida en el mundo del porno), es operada de urgencia en una clínica de cirugía plástica tras un terrible accidente de moto. El doctor Keloid, dueño de la clínica, aprovecha para utilizar a Rose como conejillo de indias para probar unos injertos novedosos, que como efectos secundarios pueden resultar cancerígenos... En el caso de Rose no producen eso, sino que lo que le provocan es que una especie de aguijón fálico le surja de la axila, dispuesto a saciar su lujuria, su sed de sangre, de carne.
Con una fotografía un tanto gris, plomiza (con muchos exteriores, a diferencia de sus trabajos anteriores), que da un toque turbio y oscuro a toda la película, asistimos a una especie de renovación del género vampirico en cuanto a forma, pero sin perder la esencia y los rasgos generales de este tipo de historias (siempre respecto a la protagonista, ya que el resto de infectados no son el mismo tipo de vampiro). Me explico: la enfermedad sale de un castillo (la clínica Keloid), y la vampira, hambrienta de sangre y de sexo, quizá sin terminar aún de aceptar su nueva forma de vida, tras atacar a su primera víctima lo intenta con un animal, para luego proseguir de forma ya desatada con los humanos, pero no siendo plenamente consciente de lo que realiza, pues esa enfermedad, el ansia de ese pincho extraño, es quien realmente manda. Es esto una representación fantástica del deseo y la lujuria, de cuando el cuerpo humano se entrega a ello, es decir, algo que las historias de vampiros siempre vienen a contar, ya sea velada o explícitamente. ¿Acaso hay alguna duda a estas alturas, de que el Conde Drácula era un depredador sexual?
Si en Vinieron de dentro de... las referencias al cine de terror de los años cincuenta eran evidentes, en Rabia también se puede pensar en ello, pero no tan claramente y siempre salvando las distancias. Por ejemplo, en el momento en el que el ejército toma las calles para controlar la expansión de la enfermedad, es donde uno se puede acordar de aquellas películas de paranoia y pánico social. Y a la inversa: viendo películas actuales uno se puede acordar de Rabia, como por ejemplo ocurre con The sadness (Rob Jabbazz, 2021), una de las películas más brutas de los últimos años que cuenta algo parecido en cuanto a infecciones y que tiene una escena en un vagón de metro que sucede igual, al menos en su inicio (ya que en la película taiwanesa va a más, siendo una de las secuencias más bestias -y disfrutonas- que quien esto escribe se ha podido echar a los ojos en mucho tiempo).
Vista hoy día (en 2022), llama la atención que en la película se cree que la enfermedad que se está propagando es una variación de la rabia, y por ello van vacunando a la gente, de forma que si se sale a la calle se porte un certificado de vacunación. Si no se lleva, te vas detenido por la policía. Tras los dos años de pandemia y restricciones por culpa del COVID, esto suena familiar, ¿verdad? David Cronenberg, un auténtico visionario.
No quiero terminar sin comentar el acongojante final de la película: Una vez que Rose es consciente de lo que ha provocado y de lo que puede seguir provocando, decide encerrarse con un infectado y morir. Un suicidio que escucha su pareja a través del teléfono, resultando ser un momento muy bello, pues es aquí donde el espectador siente por fin una empatía extraordinaria hacia Rose. Hasta ese momento no se había sentido nada por ella, simplemente se la veía atacando a la gente, con una media sonrisa en la cara... Se veía al monstruo. Pero en un acto final de redención, aparece la mujer, la persona. Y es ahí cuando ¡zas! Cronenberg expulsa los posibles buenos sentimientos, cambia el plano al exterior, y se ve a Rose tirada en la calle, con unos operarios de limpieza que lanzan su cadáver a un camión de recogida de basura. Es decir, justo cuando el espectador estaba terminando de pronunciar la palabra “pobrecilla”, Cronenberg hace que se nos hiele la sangre y la boca se quede a medio abrir. Montreal amanece de nuevo. Muerto el perro, se acabó la rabia. Sin duda, un final magistral en todos los aspectos.
[Definición extraída de una nota de Quim Casas en el fantástico libro “David Cronenberg: Los misterios del organismo”, editado por la Semana de Cine Fantástica y de Terror de Donosti, pág. 305]
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