16 de septiembre de 2022

David Cronenberg: La mosca (1986)

Tras La zona muerta, David Cronenberg ya estaba metido en la industria de Hollywood, de tal forma que se mete en el “fregao” de preparar la película Desafío total con Dino de Laurentiis de nuevo como productor. La cosa no llegó a buen puerto (lo haría años después con Paul Verhoeven a los mandos) y le ofrecieron tomar las riendas de La mosca, un remake de la película de 1958 (o mejor dicho una nueva versión del relato de George Langelaan) que ya estaba en marcha, pero que su primer director, Robert Bierman (quien haría un par de años después Besos de vampiro, prácticamente su única película recordada) tuvo que dejar por problemas personales y familiares. Con Mel Brooks como productor, Cronenberg aceptó rodar esta nueva versión, con un guion que coescribiría junto a Charles Edward Pogue, quien no ha vuelto a tener una historia a la altura de esta.


En La mosca vemos al científico Seth Brundle (Jeff Goldblum) ligando con la periodista Veronica Quaife (Geena Davis) y entrando de lleno en el meollo de la historia: Está trabajando en un experimento que cambiará el mundo. Pronto veremos, ya en la casa/laboratorio de Brundle, que se trata de un mecanismo de teletransportación mediante dos cabinas y un ordenador que precisamente no se puede calificar de portátil (es enorme). Pero hay un problema: sólo consigue teletransportar material no órganico. Cuando por fin da con la clave de hacerlo con materia orgánica (tras una fallida prueba con un mono babuino, cuyo resultado es espeluznante), decide probarlo consigo mismo... y una pequeña mosca de la que no se ha percatado, que ha entrado en la cabina con él. El resultado es la fusión de ambos cuerpos y, aunque inicialmente es toda una experiencia vitalista y vigorosa para Brundle, terminará siendo su perdición pues acabará transformándose en lo que él llama “Brundlemosca”.

Ya lo decía el propio Cronenberg cuando le ofrecieron el guion: Tenía todos los elementos propios de su cine. ¿Cómo iba a decir que no a dirigir algo así? Un científico con ganas de cambiar el mundo (y probablemente hacerse rico con ello), un experimento que sale mal, la transformación del cuerpo en algo asqueroso e indeseado, la enfermedad como referencia, incluso en algún momento la unión del cuerpo con el metal (un chip clavado en la espalda justo al acabar de follar, el monstruo y la propia cabina teletransportadora fusionados), la mención continua a a la carne (“sé poco sobre la carne, tendré que aprender”, “la carne le vuelve a uno loco”, son sólo un par de frases que se dicen sobre este tema)... En definitiva: Nueva Carne pura y dura.

Pero hay más asuntos que comunican La mosca con el cine de Cronenberg. Por ejemplo, que podría verse la película como una historia de superhéroes, o supervillanos (cuánto daño está haciendo el UCM...), como podía suceder con Scanners o La zona muerta. En esta película, Brundlemosca es el resultado de un experimento que sale mal y que le otorga poderes como la fuerza, la sexualidad, poder trepar por las paredes... Además, también puede verse como un cuento de terror clásico, gótico. El laboratorio y vivienda de Brundle es una especie de castillo (muy bien iluminado y fotografiado por Mark Irwin, con sus tonos oscuros, azulados, metálicos), con sus aparatos electrónicos, su piano (¿alguien ha dicho El fantasma de la ópera?); la chica que en cierto momento es aquella a la que hay que rescatar, pues el monstruo se la ha llevado a su castillo; la maldad del monstruo; el sacrificio final... Una historia clásica de monstruos, sin duda.


Y aún hay más sobre esto: Decía en el texto sobre La zona muerta que Cronenberg aceptaba que en varias de sus películas el protagonista comenzaba a morir desde el principio de la historia. Aquí, por supuesto, también tiene eso en común ya que justo desde el principio se nos introduce de lleno en la historia de teletransportación y sabemos, como espectadores, que no va a salir bien (cosa que augura efectivamente lo sucedido con el primer babuino). Y el gesto final de Brundlemosca colocándose el cañón de la escopeta que tiene su amada entre las manos, pidiendo la muerte, tiene en cierta medida y salvando las distancias, cosas en común con el final de La zona muerta.

Cuando se estrenó, la película se quiso ver como una alegoría sobre el sida, o el cáncer, es decir, sobre enfermedades terribles, y es el director canadiense quien dice que quizá sobre el cáncer podría serlo, pero que él lo ve más como otro tipo de enfermedad, la de “ser humano”, es decir, la de envejecer irremediablemente. Esa enfermedad que nos afecta a todos, que vamos viendo poco a poco cómo nos consume y a la que no podemos vencer. Nos miramos al espejo y la mayoría de veces no podemos aceptar lo que vemos, pues quizá nos ha salido una cana, o una arruga, o nos damos cuenta de que ya no tenemos la vigorosidad, la fuerza que se tenía ayer... Eso es exactamente lo mismo que le va pasando al protagonista de La mosca, que se mira al espejo y ve cómo sus uñas se desprenden, cómo sus dedos supuran un líquido asqueroso, ve cómo su enfermedad le afecta y no puede hacer nada, hasta que finalmente lo asume, solicitando la muerte a quien está a su lado.

La mosca es una película que, a pesar de tener un clímax final asquerosamente bestial (por cierto, los efectos de maquillaje de Chris Walas para la película ganaron el Oscar), contiene un suspense digno de mención en muchas de sus escenas. Los momentos en los que la puerta de la cabina teletransportadora se abre, con ese humo saliendo de ella que impide ver el resultado hasta unos segundos después, o esa escena donde Brundle se da cuenta de que se encuentra en perfecto estado de forma y empieza a hacer ejercicio ante la atónita mirada de Veronica: No hacen falta diálogos ahí para transmitir que se trata de algo fascinante pero a la vez espeluznante, provocando admiración pero a la vez terror, y suspense pensando en lo que está por venir.




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