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Una película rusa ambientada en una zona costera y rural donde la vida “se deja llevar”. Con esto está todo dicho sobre el ritmo que la primera película del director Grigory Kolomytsev tendrá… Precisamente trepidante no. Así que habrá que centrarse en la historia y en otro tipo de cosas, siendo el resultado final bastante satisfactorio.
Una de las cosas a tener en cuenta es, por supuesto, la fotografía. Unos parajes preciosos con muchos planos de amaneceres, de anocheceres, de la marea llegando a costa, o simplemente del interior de una casa… De estos últimos la verdad es que no hay demasiados, pues casi toda la película, con cierto sentido en base a la historia que cuenta con el niño protagonista y a cómo se siente con todo lo que le pasa y lo que sucede alrededor, está rodada en exteriores.
En cuanto a la historia, en ella vemos a Andrei, un niño que
se entera de que su madre, separada, con quien vive, lo quiere llevar a un
orfanato, y eso no le hace ninguna gracia. De primeras ya vemos cuál es la
relación entre ella y el niño: ninguna. Otro tanto con el padre, que es como si
no estuviera. Por tanto la única vía de escape que le queda al niño para
sobrellevar su vida es recoger junto a un amigo de su edad las botellas y
vidrios que les trae la marea, para ganarse un dinerillo al llevarlos al taller
de un joven de la zona. También vemos por ahí a una joven con la que el niño
tiene muy buena relación, ya que suele hacerle caso. Y cómo no, el chupacabra
del título, que no es más que un perro que vagabundea por la zona pero que Andrei
quiere creer que es la bestia a la que busca mucha gente al estar habiendo
ataques a animales en la zona, y de la que espera que, de alguna forma, le
ayude para evitar ir al orfanato.
La película está llena de simbologías: un barco a lo lejos (del todo inalcanzable, como sucede siempre en los sueños), el vidrio a través del que mirar para ver la vida de una forma diferente a la que tienes, el perro, el misterio del chupacabra, un fuego purificador… Todo eso, unido al continuo deambular de Andrei, intentando encontrar un sitio donde quedarse (o al que huir) sintiéndose en todo momento como un pez fuera del agua y totalmente desamparado incluso cuando está con aquellas personas a las que aprecia, hacen que se sienta cierta lástima por el chico, por ver si consigue algo que le haga sonreír. Nunca le veremos hacerlo.
Además, hay que añadir a la película un halo misterioso,
quizá mágico, siendo esto lo que más valor tiene en todo el film. Por ejemplo:
nunca llegaremos a saber si el perro es real (sus apariciones están muy bien
pensadas), y de vez en cuando suena una música ligera, que al igual que el perro
lo hace cuando lo tiene que hacer, cobrando especial interés en su momento
final, con un plano desolador pero quizá también liberador.
Una voz, una mirada... Y el mar.
Chupacabra ha sido una grata sorpresa.
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