ZABALTEGI-TABAKALERA
A lo largo de la historia del Cine hay muchas películas que tienen
argumentos con la televisión como personaje, como algo casi siempre
maligno que afecta a los protagonistas, donde vemos el efecto que en
ellos produce estar ante ese electrodoméstico, o también como
metáfora clara de lo que son sus vidas. Con la llegada del vídeo
doméstico y el VHS hacia finales de los setenta y sobre todo en la
década de los ochenta, ese tipo de historias aumentó. Se acuerda
uno de Poltergeist (1982), de la obra maestra Videodrome (1983), de
Terrorvision (1986), Permanezca en sintonía (1992), Pleasantville
(1998), o de la más reciente Rent-a-pal (2020)... Todas estas
películas, como se puede observar, se enmarcan dentro del género, más o menos
explícito, del fantástico y el terror (las hay de otros géneros, claro). La nueva película de Jane
Schoenbrun, I saw the tv glow, va también por esos derroteros,
aunque a su manera.
I saw the tv glow
comienza en 1996, donde conocemos a Owen, un niño de quien ya se ve
que no tiene gran cosa en la vida: ni amigos, ni motivaciones. En
cuanto a la familia, su madre es la única que le puede ayudar a
tener algo donde aferrarse, pero él parece no aceptarlo (pasados
unos pocos años, ella fallece y entonces sí se queda sin nada). El
padre, en cambio, está siempre ausente: Tirado en el sofá, en su
mundo. Viendo la televisión. Inmóvil. Abducido. Con las
perspectivas que tiene, Owen descubre gracias a una chica llamada
Maddy , a quien conoce en el instituto al que va (nótese que el
instituto se llama Void High School, cuyas siglas son, precisamente,
V.H.S.), que existe un programa de televisión titulado Rosa Opaco del que ella es muy fan, así que él siente curiosidad y también quiere
verlo. Quizá de esa forma podrá compartir algo con alguien.
Padres ausentes, un
chico sin ganas de nada en la vida que conoce a una chica… Parece sacado de una película de Stven Spielberg, ¿verdad? Pues nada más lejos...
Cuando por fin Owen
consigue ver el famoso programa, se dará cuenta de que su vida ha
cambiado y ya nada volverá a ser como hasta entonces, cosa que
comprobaremos con el paso de los años, con los saltos temporales
que la película da.
La película
comienza de forma fascinante: Una música hipnótica (muy del estilo
de “película del festival de Sundance”, que es precisamente
donde se presentó la película), unos colores muy llamativos, con la
cámara a ras de suelo siguiendo una carretera típicamente suburbial
americana donde se ven unos extraños garabatos de colorines
pintados, las farolas iluminando la calle y el cielo azul oscuro al
fondo… Esto nos mete de lleno en el film, en esa especie de mundo
onírico, como si de repente ya estuviéramos en la mente del
personaje que enseguida vamos a conocer, Owen. El problema viene
cuando, tras este inicio prometedor, tras ver cómo es su vida, y
tras darnos cuenta de que el programa de televisión Rosa Opaco es
turbio y extraño a más no poder, la película no avanza en
absoluto, y cuando por fin lo hace (con la reaparición de Maddy) se
convierte en una especie de performance sin rumbo de la que poco a
poco el espectador es fácill que se vaya alejando, hasta perderlo
por completo, haciéndole desconectar de lo que antes sus ojos tiene.
El tono cambia, y
aunque la película ya era oscura de por sí, se vuelve aún más
negra. Se vuelve extremadamente sensorial. Con todo lo bueno y lo malo que
eso conlleva: la visualización en la sala oscura del cine, con un
buen sonido y calidad de imagen, potencia lo bueno; la paciencia que
pueda tener el espectador por querer que la historia avance, en
cambio, hará lo contrario. Ya habiendo dejado claro que la vía de escape que suponía
Rosa Opaco no ha solucionado nada, sino que ha empeorado aún más la vida de Owen, hay momentos que lo único que hacen es alargar
la película, introduciendo la directora incluso un trozo de una
actuación musical, quién sabe por qué. ¿Quizá porque es fan de
quien lo protagoniza?. Esto parece cogido directamente de la excelsa
tercera temporada de Twin Peaks (David Lynch), donde cada episodio
finalizaba con un tema musical. Creo que no es descabellado pensar
esto, pues aparte de los momentos musicales, otros tantos de I saw
the tv glow parecen también sacados, o basados, en la mítica serie,
en cuanto a iluminación o conversaciones entre personajes.
Toda la
parafernalia, al final, para lo único que sirve es para contar algo
que ya estaba claro al principio: que Owen es un chaval que no tiene
nada, y que nunca lo tendrá. Han pasado los años y todo sigue
igual. Bueno, igual no: Owen dice que tiene familia, pero lo único
que vemos es cómo se ha comprado una enorme televisión y cómo la
introduce en su casa… Esa es su verdadera familia. Siempre lo ha
sido. Algo parecido pasaba en la mencionada al principio de este
texto Videodrome, de la que si uno se estaba acordando viendo la
película, cuando llega su final, no podrá sino pensar que estaba en
lo cierto: hay un homenaje clarísimo a aquella película.
Creeremos
que somos diferentes, pero en el fondo seguimos siendo la misma
mierda prescindible. Ningún programa de televisión nos hará
cambiar de opinión, pero seguiremos sentados frente a este aparato
para ver si puede convencernos de que nuestra vida llegará algún
día a ser diferente, mejor. La televisión sigue ganando la partida,
y siempre lo hará.
Excelente reseña y reflexión final, ojalá la película estuviera a la misma altura. Desaprovecha todos los elementos prometedores (que los tiene) para acabar no yendo a ninguna parte... Al igual que su protagonista, por cierto. Si esa era la idea, conseguída, pero como peli, un bodrio.
ResponderEliminarMira que tiene momentos buenos, sí... El inicio, por ejemplo. Pero es que acaba haciéndose todo un poco insoportable. A mí el momento que me sacó completamente ya de la peli fue el de la "performance" de la chica contando todo lo que se supone que le ha pasado. Un monólogo desfasadísimo.
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