Aita (José María de Orbe)
Si el otro día dije que Elisa K. era una película difícil o cmplicada de ver, en este caso la película que nos ocupa, Aita, se lleva la palma...
Una casa en un pueblo de Gipuzkoa, concretamente de Astigarraga. Una casa y su Historia: allá por el siglo XIII era una casa-torre que vivió las luchas de poder de varios clanes de la provincia. Una casa, su guarda (y cuidador), y el cura del pueblo.
Eso es Aita. No hay más. Puro cine experimental. Sin guión previo, sin nada especial que contar salvo la mirada personal de su director, José María de Orbe, que además es el dueño real de la casa. Naturalismo en estado puro que tardó en rodarse tres años ya que con cosas como la iluminación, dicho naturalismo requería esperar a la luz concreta del día, y no siempre quedaba la escena como deseaban...
Planos larguísimos y muy pocos diálogos, con situaciones ocurridas en la vida real que el director ha querido ficcionar de esta forma tan peculiar. Además, cada cierto tiempo aparecen unas imágenes proyectadas en las paredes, puertas y ventanas de la casa. Imágenes primigenias, en principio las más antiguas del cine vasco que hacen ver, según el director, el sentido de la película: quiere ser un homenaje a nuestros ancestros, a los orígenes. De ahí la casa, casi como única protagonista, junto al guarda, y el cura. De hecho aita significa en euskera padre, una muestra más de dicho homenaje.
Lo dicho: una película experimental y por tanto no apta para todos los públicos, con esos planos fijos que simulan ser cuadros y que hacen que el espectador interprete lo que está viendo de la forma que prefiera. Podrá ser una cosa u otra, pero eso al director le da igual, al no haber querido contar nada en especial salvo lo ya mencionado anteriormente.
Una película que puede enganchar o no, en cuyo caso es seguro que no se aguantarán ni los cinco primeros minutos de visionado.
Puro cine experimental.
Un 8.
Una casa en un pueblo de Gipuzkoa, concretamente de Astigarraga. Una casa y su Historia: allá por el siglo XIII era una casa-torre que vivió las luchas de poder de varios clanes de la provincia. Una casa, su guarda (y cuidador), y el cura del pueblo.
Eso es Aita. No hay más. Puro cine experimental. Sin guión previo, sin nada especial que contar salvo la mirada personal de su director, José María de Orbe, que además es el dueño real de la casa. Naturalismo en estado puro que tardó en rodarse tres años ya que con cosas como la iluminación, dicho naturalismo requería esperar a la luz concreta del día, y no siempre quedaba la escena como deseaban...
Planos larguísimos y muy pocos diálogos, con situaciones ocurridas en la vida real que el director ha querido ficcionar de esta forma tan peculiar. Además, cada cierto tiempo aparecen unas imágenes proyectadas en las paredes, puertas y ventanas de la casa. Imágenes primigenias, en principio las más antiguas del cine vasco que hacen ver, según el director, el sentido de la película: quiere ser un homenaje a nuestros ancestros, a los orígenes. De ahí la casa, casi como única protagonista, junto al guarda, y el cura. De hecho aita significa en euskera padre, una muestra más de dicho homenaje.
Lo dicho: una película experimental y por tanto no apta para todos los públicos, con esos planos fijos que simulan ser cuadros y que hacen que el espectador interprete lo que está viendo de la forma que prefiera. Podrá ser una cosa u otra, pero eso al director le da igual, al no haber querido contar nada en especial salvo lo ya mencionado anteriormente.
Una película que puede enganchar o no, en cuyo caso es seguro que no se aguantarán ni los cinco primeros minutos de visionado.
Puro cine experimental.
Un 8.
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