24 de septiembre de 2024

Zinemaldia 2024 - I saw the TV glow (Jane Schoenbrun)

ZABALTEGI-TABAKALERA


A lo largo de la historia del Cine hay muchas películas que tienen argumentos con la televisión como personaje, como algo casi siempre maligno que afecta a los protagonistas, donde vemos el efecto que en ellos produce estar ante ese electrodoméstico, o también como metáfora clara de lo que son sus vidas. Con la llegada del vídeo doméstico y el VHS hacia finales de los setenta y sobre todo en la década de los ochenta, ese tipo de historias aumentó. Se acuerda uno de Poltergeist (1982), de la obra maestra Videodrome (1983), de Terrorvision (1986), Permanezca en sintonía (1992), Pleasantville (1998), o de la más reciente Rent-a-pal (2020)... Todas estas películas, como se puede observar, se enmarcan dentro del género, más o menos explícito, del fantástico y el terror (las hay de otros géneros, claro). La nueva película de Jane Schoenbrun, I saw the tv glow, va también por esos derroteros, aunque a su manera.


I saw the tv glow comienza en 1996, donde conocemos a Owen, un niño de quien ya se ve que no tiene gran cosa en la vida: ni amigos, ni motivaciones. En cuanto a la familia, su madre es la única que le puede ayudar a tener algo donde aferrarse, pero él parece no aceptarlo (pasados unos pocos años, ella fallece y entonces sí se queda sin nada). El padre, en cambio, está siempre ausente: Tirado en el sofá, en su mundo. Viendo la televisión. Inmóvil. Abducido. Con las perspectivas que tiene, Owen descubre gracias a una chica llamada Maddy , a quien conoce en el instituto al que va (nótese que el instituto se llama Void High School, cuyas siglas son, precisamente, V.H.S.), que existe un programa de televisión titulado Rosa Opaco del que ella es muy fan, así que él siente curiosidad y también quiere verlo. Quizá de esa forma podrá compartir algo con alguien.

Padres ausentes, un chico sin ganas de nada en la vida que conoce a una chica… Parece sacado de una película de Stven Spielberg, ¿verdad? Pues nada más lejos...

Cuando por fin Owen consigue ver el famoso programa, se dará cuenta de que su vida ha cambiado y ya nada volverá a ser como hasta entonces, cosa que comprobaremos con el paso de los años, con los saltos temporales que la película da.


La película comienza de forma fascinante: Una música hipnótica (muy del estilo de “película del festival de Sundance”, que es precisamente donde se presentó la película), unos colores muy llamativos, con la cámara a ras de suelo siguiendo una carretera típicamente suburbial americana donde se ven unos extraños garabatos de colorines pintados, las farolas iluminando la calle y el cielo azul oscuro al fondo… Esto nos mete de lleno en el film, en esa especie de mundo onírico, como si de repente ya estuviéramos en la mente del personaje que enseguida vamos a conocer, Owen. El problema viene cuando, tras este inicio prometedor, tras ver cómo es su vida, y tras darnos cuenta de que el programa de televisión Rosa Opaco es turbio y extraño a más no poder, la película no avanza en absoluto, y cuando por fin lo hace (con la reaparición de Maddy) se convierte en una especie de performance sin rumbo de la que poco a poco el espectador es fácill que se vaya alejando, hasta perderlo por completo, haciéndole desconectar de lo que antes sus ojos tiene.

El tono cambia, y aunque la película ya era oscura de por sí, se vuelve aún más negra. Se vuelve extremadamente sensorial. Con todo lo bueno y lo malo que eso conlleva: la visualización en la sala oscura del cine, con un buen sonido y calidad de imagen, potencia lo bueno; la paciencia que pueda tener el espectador por querer que la historia avance, en cambio, hará lo contrario. Ya habiendo dejado claro que la vía de escape que suponía Rosa Opaco no ha solucionado nada, sino que ha empeorado aún más la vida de Owen, hay momentos que lo único que hacen es alargar la película, introduciendo la directora incluso un trozo de una actuación musical, quién sabe por qué. ¿Quizá porque es fan de quien lo protagoniza?. Esto parece cogido directamente de la excelsa tercera temporada de Twin Peaks (David Lynch), donde cada episodio finalizaba con un tema musical. Creo que no es descabellado pensar esto, pues aparte de los momentos musicales, otros tantos de I saw the tv glow parecen también sacados, o basados, en la mítica serie, en cuanto a iluminación o conversaciones entre personajes.


Toda la parafernalia, al final, para lo único que sirve es para contar algo que ya estaba claro al principio: que Owen es un chaval que no tiene nada, y que nunca lo tendrá. Han pasado los años y todo sigue igual. Bueno, igual no: Owen dice que tiene familia, pero lo único que vemos es cómo se ha comprado una enorme televisión y cómo la introduce en su casa… Esa es su verdadera familia. Siempre lo ha sido. Algo parecido pasaba en la mencionada al principio de este texto Videodrome, de la que si uno se estaba acordando viendo la película, cuando llega su final, no podrá sino pensar que estaba en lo cierto: hay un homenaje clarísimo a aquella película.

Creeremos que somos diferentes, pero en el fondo seguimos siendo la misma mierda prescindible. Ningún programa de televisión nos hará cambiar de opinión, pero seguiremos sentados frente a este aparato para ver si puede convencernos de que nuestra vida llegará algún día a ser diferente, mejor. La televisión sigue ganando la partida, y siempre lo hará.

1 comentario:

  1. Excelente reseña y reflexión final, ojalá la película estuviera a la misma altura. Desaprovecha todos los elementos prometedores (que los tiene) para acabar no yendo a ninguna parte... Al igual que su protagonista, por cierto. Si esa era la idea, conseguída, pero como peli, un bodrio.

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