Una cosa tenía clara: Debía hacer el robo lo antes posible. Pero existía un problema: ¿cómo averiguaba yo dónde se guardaba el dinero? Aquí era donde debía entrar en escena el colaborador que se me tenía permitido. Eché mano de mi agenda, de mano, y probé suerte llamándole por teléfono. Espero que siga viviendo en el mismo sitio, porque si no, a ver cómo demonios lo localizo. Descolgaron el teléfono. ¡Bingo! Era él. “¿Jotapé?” pregunté. “Cagondiós, sólo puede haber una persona en el mundo que me llame así… ¿Qué tal estás, tío? ¡Cuánto tiempo!” “Efectivamente, Jotapé, hace mucho… Oye, que te llamo porque necesito verte. ¿Puedes quedar ahora?” “Joder, pues claro que puedo. Para un amigo yo siempre tengo tiempo. ¿Te parece que quedemos donde Siempre?” “Perfecto”, dije yo, “te lo iba a proponer. Donde Siempre”.
Donde Siempre era donde siempre. Puede sonar a redundante o absurdo, pero esa es la gracia de ese bar. Siempre era la matrona del bar, que estaba situado en la Parte Vieja de la ciudad. Siempre era fea como ella sola, con la cara redonda, muy redonda, y llena de verrugas. Siempre estaba también muy gorda, y tenía una voz de hombre increíble. Siempre sirve unos bocadillos rancios. Su especialidad, el pollo. El pollo rancio, por supuesto. El bar de Siempre es visita obligada para los turistas. Si alguien viene de visita al a ciudad y no se deja caer por ese antro, ni será visita, ni será nada. En fin, que mi amigo Jotapé y yo siempre quedábamos allí, donde Siempre.
En quince minutos estaba yo donde Siempre, y después de haberle saludado y ella haberme preguntado si tenía ya novia y yo haberle respondido que no, pero que había un proyecto para ello y después de que a ella le cambiara la cara y me preguntara que si tenía tanto sexapil como ella y yo le respondiera que eso era muy difícil, después de que Siempre se marchara, después de todo esto, apareció Jotapé.
“Jean-Pierre”, saludé. “Qué cabrón eres”, me dijo. “Hace años te dije que serías tú la única persona a la que permitiría llamarme Jotapé, pero que a cambio no me volvieras a llamar jamás por mi verdadero nombre, y ahora, ala, a tomar por culo. “Era un vacile, Jean-Pierre”, bromeé yo- “Que no me llames así, coño”. “Vale, vale, no te mosquees, tío”. Nos abrazamos, pedimos una racioncilla de pulpo a la gallega, y después de un diálogo entre Siempre y Jotapé parecido al mío, le conté el asunto del robo.
Jotapé se llama realmente Jean-Pierre Gaudí. Su madre era francesa y su padre catalán. Hace muchos años, como yo consideraba que Jean-Pierre era un nombre demasiado largo, lo acorté usando sus iniciales. Eso le gustó, y así se ha quedado: Jotapé.
Nuestros padres eran amigos, por lo tanto, nosotros también acabamos siéndolo. Ya siendo mayores, Jotapé se marchó a vivir al extranjero. Poco a poco, nuestra relación se fue enfriando, hasta perderse. Hace no mucho supe que había vuelto, y por ellome acordé de él para que fuera mi socio en este trabajo.
Discutíamos mucho, sobre todo por temas relacionados con el cine. Diferíamos bastante en lo referente a gustos. A él lo que le gustaba era el cine porno. Vaya si le gustaba. Varias veces me hizo la jugada de quedar una tarde para ver alguna película alquilada en el videoclub, ya parecer él con, por ejemplo, “Diario de una camarera” y “Las orgías del Titanic, 3 ª parte”. Bueno, la de “Diario de una camarera” pase, además la protagonizaba Laure Saintclair, que es preciosa, pero la de las orgías, era completamente infumable. No había por dónde cogerla… Y ya teníamos la discusión montada. Jotapé me hablaba de lo magníficamente rodaba que estaba la película, me decía que las escenas de sexo eran innovadoras, que el argumento (¿argumento? Con esto yo siempre me partía de risa), etcétera. Claro, yo lo que intentaba era que viera más cine clásico, como Hawks, Ford, Hitchcock… pero no había manera.
Pero ahora había otro tema que comentar y discutir: El atraco. El mamón de Jotapé no hacía más que preguntarme sobre la chica, mi amada. “¿Te la has tirado ya?” “Joder, Jotapé, qué bestia eres, cómo me la voy a tirar…” “¡Mal hecho, tío, mal hecho! Y qué, ¿tiene cara de golfa o de qué?” “Hey, Jotapé, no te pases, no hables mal de la gente que me cae bien…” “Claro”, respondió chulesco, “y menos de la que va a ser tu novia…”. Y comenzó a reírse. Qué cabrón. A ti te daba yo golferío.
Finalmente la conversación giró a lo realmente importante, hacia el atraco de los ultramarinos. Estuvimos horas y horas estudiando situaciones y posibilidades, pensando el cómo y el cuándo, por dónde y de qué manera… Muy de madrugada, teníamos todo meticulosamente preparado. Si hay algo en que nos parecemos Jotapé y yo, es en que nos gusta ser muy precisos. Para celebrarlo, fuimos a un centro de esos que están abiertos las veinticuatro horas del día, donde Jotapé compró algunos licores, yo unas cervezas sin alcohol, y nos fuimos a mi piso, a beber.
Dos días después, llegó el momento.
Donde Siempre era donde siempre. Puede sonar a redundante o absurdo, pero esa es la gracia de ese bar. Siempre era la matrona del bar, que estaba situado en la Parte Vieja de la ciudad. Siempre era fea como ella sola, con la cara redonda, muy redonda, y llena de verrugas. Siempre estaba también muy gorda, y tenía una voz de hombre increíble. Siempre sirve unos bocadillos rancios. Su especialidad, el pollo. El pollo rancio, por supuesto. El bar de Siempre es visita obligada para los turistas. Si alguien viene de visita al a ciudad y no se deja caer por ese antro, ni será visita, ni será nada. En fin, que mi amigo Jotapé y yo siempre quedábamos allí, donde Siempre.
En quince minutos estaba yo donde Siempre, y después de haberle saludado y ella haberme preguntado si tenía ya novia y yo haberle respondido que no, pero que había un proyecto para ello y después de que a ella le cambiara la cara y me preguntara que si tenía tanto sexapil como ella y yo le respondiera que eso era muy difícil, después de que Siempre se marchara, después de todo esto, apareció Jotapé.
“Jean-Pierre”, saludé. “Qué cabrón eres”, me dijo. “Hace años te dije que serías tú la única persona a la que permitiría llamarme Jotapé, pero que a cambio no me volvieras a llamar jamás por mi verdadero nombre, y ahora, ala, a tomar por culo. “Era un vacile, Jean-Pierre”, bromeé yo- “Que no me llames así, coño”. “Vale, vale, no te mosquees, tío”. Nos abrazamos, pedimos una racioncilla de pulpo a la gallega, y después de un diálogo entre Siempre y Jotapé parecido al mío, le conté el asunto del robo.
Jotapé se llama realmente Jean-Pierre Gaudí. Su madre era francesa y su padre catalán. Hace muchos años, como yo consideraba que Jean-Pierre era un nombre demasiado largo, lo acorté usando sus iniciales. Eso le gustó, y así se ha quedado: Jotapé.
Nuestros padres eran amigos, por lo tanto, nosotros también acabamos siéndolo. Ya siendo mayores, Jotapé se marchó a vivir al extranjero. Poco a poco, nuestra relación se fue enfriando, hasta perderse. Hace no mucho supe que había vuelto, y por ellome acordé de él para que fuera mi socio en este trabajo.
Discutíamos mucho, sobre todo por temas relacionados con el cine. Diferíamos bastante en lo referente a gustos. A él lo que le gustaba era el cine porno. Vaya si le gustaba. Varias veces me hizo la jugada de quedar una tarde para ver alguna película alquilada en el videoclub, ya parecer él con, por ejemplo, “Diario de una camarera” y “Las orgías del Titanic, 3 ª parte”. Bueno, la de “Diario de una camarera” pase, además la protagonizaba Laure Saintclair, que es preciosa, pero la de las orgías, era completamente infumable. No había por dónde cogerla… Y ya teníamos la discusión montada. Jotapé me hablaba de lo magníficamente rodaba que estaba la película, me decía que las escenas de sexo eran innovadoras, que el argumento (¿argumento? Con esto yo siempre me partía de risa), etcétera. Claro, yo lo que intentaba era que viera más cine clásico, como Hawks, Ford, Hitchcock… pero no había manera.
Pero ahora había otro tema que comentar y discutir: El atraco. El mamón de Jotapé no hacía más que preguntarme sobre la chica, mi amada. “¿Te la has tirado ya?” “Joder, Jotapé, qué bestia eres, cómo me la voy a tirar…” “¡Mal hecho, tío, mal hecho! Y qué, ¿tiene cara de golfa o de qué?” “Hey, Jotapé, no te pases, no hables mal de la gente que me cae bien…” “Claro”, respondió chulesco, “y menos de la que va a ser tu novia…”. Y comenzó a reírse. Qué cabrón. A ti te daba yo golferío.
Finalmente la conversación giró a lo realmente importante, hacia el atraco de los ultramarinos. Estuvimos horas y horas estudiando situaciones y posibilidades, pensando el cómo y el cuándo, por dónde y de qué manera… Muy de madrugada, teníamos todo meticulosamente preparado. Si hay algo en que nos parecemos Jotapé y yo, es en que nos gusta ser muy precisos. Para celebrarlo, fuimos a un centro de esos que están abiertos las veinticuatro horas del día, donde Jotapé compró algunos licores, yo unas cervezas sin alcohol, y nos fuimos a mi piso, a beber.
Dos días después, llegó el momento.
Continuará... en breve
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Se ve la mano de Chandler, tipo 'El sueño eterno' (¡Qué gran novela!). Por cierto, ¿irá alguién mañana a lo de kontadores? Con el solecito y a las 7 de la tarde, no sé si apetece mucho...
ResponderEliminar"no hables mal de la gente que me cae bien"
ResponderEliminarEsa frase es mía de cuando currábamos juntos xD