18 de diciembre de 2019

Casi todo Kieslowski: 'No amarás'

NO AMARÁS
Krótki film o milosci, 1988


Si la anterior película para cine sobre el Decálogo, No matarás, triunfó en el festival de Cannes, en esta ocasión con No amarás (la versión también para cine del sexto mandamiento), Krzysztof Kieslowski hizo lo propio en el Festival de Cine de San Sebastián, llevándose el Premio Especial del Jurado. Queda claro lo valorado internacionalmente que estaba ya a estas alturas un director como Kieslowski.

Dos bloques diferentes de pisos. Unos metros de distancia. Miradas. Voyeurismo. Incomunicación. Esperanza. Tristeza. Deseo. Culpa. Amor.

Todo lo comentado se transmite ya desde el inicio de la película, fotografiado además de forma sensacional, una vez más con colores habituales en Kieslowski (que tanto pueden recordar a otro director ya mencionado en este ciclo, Aki Kaurismaki), perfectamente acompañada por la música de Zbigniew Preisner (también habitual colaborador de Kieslowski), música que dentro de la filmografía del director polaco es la que más destaca por encima de otras compuestas para sus películas.


En No amarás conocemos al joven Tomek, un huérfano que vive con la madre de un amigo (que se encuentra de misión con la OTAN), quien espía desde su ventana a la hermosa Magda, quien vive en el bloque de enfrente. El deseo que el espectador percibe en Tomek acaba convirtiéndose enseguida en amor. Amor platónico, por supuesto. Tomek sabe que quizá nunca pueda estar con Magda, y es por eso que la espía y es por eso también que fuerza situaciones para poder tenerla cerca. Es el amor en su más pura esencia. El amor virgen. El amor de un joven.

¿O quizá eso que siente y que percibimos los espectacdores en él no sea amor, sino deseo? Cuando Magda se entera de que es espiada, es quien intenta hacer ver a Tomek la diferencia entre esos dos sentimientos, amor y deseo. Amor y sexo. Es ella quien además de llamar la atención al joven con esto, lo hace también al espectador, poniéndonos a todos los pies en la Tierra.

Con todo esto se abre un mágico, pero también doloroso, proceso (puede llamársele también dilema, o viaje interior, al gustarle tanto a Kieslowski eso de la interiorización) donde vemos la evolución de cada personaje sobre estos dos grandes temas que por los siglos de los siglos traerán de cabeza a toda la Humanidad. Cada personaje, al igual que cada uno de nosotros, lo vivirá y lo sentirá de una forma diferente. Tanto es así, que la película nos lo muestra, pues tiene dos partes claramente diferenciadas: la primera está centrada en Tomek, y la segunda en Magda.

Qué bonito es el amor, cuando es correspondido. Y si no lo es, nos basta con seguir viviendo.


Hay unas cuantas escenas a destacar en la película: una de ellas es aquella donde Magda le pide a Tomek que toque su mano. Él lo hace, temblando como nunca, pero feliz, muy feliz. La música que acompaña este momento, además, logra que sea algo mucho más especial. Otro momento destacable llega poco después, cuando ambos personajes están en casa de ella, y ésta le enseña cómo se desea a una mujer... Él termina frustrado y desaparecerá para tomar la peor decisión que se puede tomar, mientras que ella, consciente o inconscientemente, empieza a cambiar su yo interior.

Y por último, el final, cuya versión de cine es diferente de la realizada para la televisión. Si en la versión televisiva el final es terrible y desesperanzador, dejando al espectador con el ánimo por los suelos, el final de la versión para cines es casi todo lo contrario, lleno de poesía y emoción, donde cabe la esperanza a pesar de la ambigüedad que se aprecia... Y es que claro, así es el amor. Qué le vamos a hacer.


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