Ya nunca sabremos qué narices era lo que le decía Baudelaire a Antonio Gamero en esas juergas tan divertidas que se marcaba con su amigo Pedro Armendáriz en el Zinemaldi donostiarra (y a saber en cuántos sitios más).
Antonio Gamero ha fallecido con 76 años por culpa de una afección respiratoria que arrastraba desde hacía tiempo. Asiduo al Festival de Cine de San Sebastián, donde disfrutaba con la gastronomía y con las susodichas parrandas, este hombre con voz de cascarrabias será recordado como uno más de esos actores secundarios que acaban siendo perfectamente reconocibles por todos y que en muchas ocasiones se convertía en lo que se llama un robaplanos en toda regla. Un fiera de la interpretación con muchos años sobre las tablas, así como delante de las cámaras, tanto de cine como de televisión.
En cine debutó en 1973 con la película titulada Habla, mudita de Manuel Gutiérrez Aragón, trabajando posteriormente con directores de la talla de José Luis Garci (Asignatura pendiente), José Luis Borau (Furtivos), Fernando Fernán-Gómez (El viaje a ninguna parte), Eloy de la Iglesia (La estanquera de Vallecas), José Luis Cuerda (Amanece que no es poco, La marrana, El bosque animado), Berlanga (Todos a la cárcel, La vaquilla)... Un sinfín de directores que conocían el potencial de este actor que también vivió momentos de gloria gracias a la televisión con la exitosa serie Médico de familia.
Podría comentar más películas o actuaciones suyas, pero he leído en Fotogramas unas palabras de José Luis Cuerda en homenaje al actor que me parecen de lo más adecuado para acabar este obituario:
Él era físicamente y por el tono de voz, por sus recursos interpretativos, un actor al que elegías sabiendo lo que iba a hacer. Como todo buen actor cómico, cuando le tocaba un momento melancólico, lo hacía excepcionalmente bien. Entendía muy bien a los personajes que caían en su manos y les sacaba un jugo estupendo. No enfatizaba, no se daba importancia como actor.
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