3 de abril de 2010

Venus Medusa

-Aquel tipo merecía morir. –Se dijo a sí mismo, para intentar lavar su conciencia y desde la cárcel, Joselontxo el Grande, jefe del clan de los Joselontxos, el clan mafioso más peligroso de la Ciudad.

Aquel tipo merecía morir. Y fue ejecutado. Todo el mundo sabía quiénes eran los responsables de aquella muerte. Sí, no había duda: fueron los Joselontxos. ¿Por qué fueron contra aquel hombre? Eso solo lo sabían Joselontxo el Grande y sus adeptos más cercanos, el Gangas, y el Martillo.

El Gangas, llamado así no porque ofreciera cosas a buen precio, sino porque tenía una voz lo suficientemente nasal como para que no se le entendiera muy bien lo que decía, y le dijeran gangoso. Pero ese resultaba ser un apodo largo, así que sus compañeros de clan acabaron por llamarle “Gangas”. Por otra parte, el Martillo era tan impulsivo que cuando se trataba de discutir algo, se irritaba más de la cuenta, y siempre acababa dando golpes muy fuertes con la mano a lo que tuviera más cercano: mesas, sillas, paredes, personas, etc. Cierta vez dio un manotazo en una pared, incrustando un clavo que había allí, del que nadie se había percatado. Sus manos están intactas. Después de ese suceso, él era “Martillo”.

Volviendo al tema del asesinato de aquel hombre, la policía suponía que todo empezó con una visita, totalmente inusual, del Gangas y el Martillo a Joselontxo en Grande, a la cárcel. En los nueve años, cinco meses y un día que Joselontxo el Grande llevaba encarcelado, nadie, absolutamente nadie, le fue a visitar.

-Hay un tipo que te levanta a tu mujer –le dijo el Gangas a su jefe.
-¿Qué dices? –Joselontxo el Grande miró a Martillo para que le repitiera lo que el Gangas había dicho, ya que no le había entendido.
-Que hay un tipo que se tira a tu mujer. –dijo el Martillo.

Joselontxo el Grande hizo una pausa no muy larga. Lo suficientemente larga como para que se le notaran las venas en la frente y en el cuello, además del enrojecimiento de los ojos.

-¿Quién es él? –preguntó el presunto cornudo.
-Creemos que eso es lo de menos, jefe. Pero lo que sí sabemos es…
-¿Cómo que es lo de menos? –interrumpió Joselontxo el Grande, cada vez más furioso, sin entender nada.
-Escucha, jefe –intentó tranquilizar el Martillo –Sabemos dónde vive y a qué se dedica. Le hemos seguido durante varios días.
-¿Sabíais desde hace días que alguien se estaba follando a mi niña, y no habeis venido antes a decírmelo? –Joselontxo en Grande se levantó de su silla y se inclinó hacia los otros. En estos momentos es cuando se debe empezar a tener miedo de Joselontxo el Grande.
-Jefe –dijo Martillo, tembloroso. –Necesitábamos asegurarnos… compréndelo…
-Eso, jefe –apoyó Gangas.- Compréndelo.

Tras unos momentos de gran tensión, Joselontxo el Grande pareció comprender. Se sentó, y empezó a reflexionar. A los pocos instantes, habló: -Matadle.

Gangas y Martillo asintieron. Sabían perfectamente que la decisión de su jefe sería esa. Justo antes de disponerse a marcharse, Gangas miró a Martillo y éste miró al jefe. Antes de que Martillo abriera la boca, Joselontxo el Grande se le adelantó: -A ella la obligais a que me haga una visita.

-Okey, jefe. –dijeron los secuaces, casi al unísono, y se marcharon.

Ejecutar la orden de Joselontxo el Grande no fue nada difícil, pues, como ya se sabe, Gangas y Martillo sabían cómo y en qué empleaba aquel tipo su tiempo.

Entraron en su casa y esperaron a que volviese del trabajo. Cuando el hombre abrió su puerta, lo primero que recibió fue un fuerte manotazo de Martillo, dejándolo inconsciente. Gangas se enojó un poco porque pensaba que su compañero le había golpeado tan fuerte que lo había matado, cuando él también quería participar en la ejecución. El enojo no duró mucho, porque el agredido empezó a revolverse en el suelo donde estaba, con lo cual Gangas sonrió nerviosamente, y con ayuda de Martillo, lo ató y amordazó en una silla.

Cuando el hombre abrió los ojos y vio a aquellos dos, enseguida lo comprendió todo. No tenía solución, y se resignó a morir.

La tortura, la parte de este tipo de trabajos que más gustaba al Gangas, duró poco.

-Este tipejo no da ningún juego, Gangas. No grita, no patalea. Parece que quiera morir.

El hombre no es que quisiera morir, simplemente, como ya se ha dicho, estaba resignado a ello. Sabía que había hecho lo que no debía. Sabía de sobra con quién estaba teniendo relaciones. Sabía de sobra que se había enamorado de quien no debía.

El Gangas aceptó de mala gana que su víctima fuera tan sosa, así que, en una fracción de segundo, empuñó su pistola y mató a aquel hombre.

Limpiaron un poco el piso, y se marcharon de allí.

Exactamente un mes después de la visita de Gangas y Martillo a Joselontxo el Grande, la policía se sorprendió aún más de lo que se sorprendió con la visita de aquellos dos: Joselontxo el Grande tenía una nueva visita. Una mujer. Una mujer extremadamente guapa. Morena, no muy alta, pelo rizado, boca grande y hermosa, vestido largo pero informal, y con una aguda voz que encandila a quien la oye. Una mujer.

Joselontxo el Grande la estaba esperando sentado ante la única mesa que había en la sala de visitas.

La puerta de la sala se abrió, dejando entrar una luz natural que hacía mucho tiempo que Joselontxo el Grande no veía. La silueta de la mujer se dibujó al fondo, mientras que en la cara de Joselontxo el grande lo que se dibujó fue una sonrisa.

Ella entró en la sala con paso firme pero con una expresión en la cara que delataba miedo.

Mientras ella avanzaba, Joselontxo el Grande se levantó, muy lentamente y sin dejar de mirar aquella silueta acercándose. Por fin, la puerta de acceso se cerró y la mujer llegó hasta la mesa. Joselontxo el Grande ofreció a la mujer, con un gesto de la mano, que se sentara. Ella así lo hizo y en ningún momento separó su mirada de la de él.

Pasaron varios segundos, que parecieron horas, antes de que ninguno de los dos comenzara a hablar. Él fue quien empezó.

-¿Por qué lo has hecho?
-No sentía nada por ti –Aquella voz, le trajo a él tantos recuerdos…-Necesitaba darme cuenta de que seguía siendo una mujer normal, y no la mujer de un mafioso encarcelado. No siento nada por ti –repitió-. Nunca lo sentí.
-¿Y por ese insignificante personaje sí lo sentías?
-Por supuesto que sí.

Se notaba que él estaba conteniendo su rabia.

-Llevo nueve años y medio metido en este agujero… ¿Ha habido muchos más? –preguntó, nervioso.
-Sí. –dijo ella mirándole fijamente a los ojos.
-¡Zorra! –Él acabó explotando, se levantó, y debido a la brusquedad volcó la silla. -¿No te das cuenta de que por ti he llegado a hacer cosas impensables, de que por ti sería capaz de hacer barbaridades aún mayores? ¿No te das cuenta? –lloraba de rabia. Ella no decía nada. En cambio, bajó la mirada y la cabeza. -¡Di algo, por Dios! –la desesperación se apoderaba cada vez más de él.
-Lo único que puedo decir es –ella seguía con la mirada baja –que no escogiste a la mujer adecuada. Yo valgo la pena. Tengo aspiraciones, quiero ver mundo, viajar, ser libre…
-¿Libre? –se extrañó Joselontxo.
-Sí, libre. ¿Has olvidado ya lo que es eso? –la ironía era clara. Entonces ella se levantó con mucha frialdad. –Me voy. Adiós, Joselontxo. –y se dirigió hacia la puerta.
-¿Qué? –él seguía extrañado -¿dónde vas? Me queda menos de un año aquí. ¡Te prometo que cuando salga tendrás todo lo que quieras!
-No, Joselontxo. Por el momento, me conformo con lo que tengo –dijo sin girarse en ningún momento.
-¡No te vayas! ¡No sé qué voy a hacer sin ti!

Ella sonrió irónicamente, llamó a la puerta y enseguida le abrieron, volviendo a verse aquella luz natural.

-¿Qué voy a hacer sin ti? –gritó él, y en cuanto la puerta se cerró y se fue la luz, él lloró como nunca lo había hecho. Nunca nadie le había arrebatado el alma. Le habían arrebatado muchas cosas, y quien lo hizo pagó por ello, pero ahora era diferente… El alma, ¡el alma!

Unos días después, Joselontxo el Grande reflexionaba en la oscuridad de su celda, sobre lo ocurrido últimamente. Nunca llegaría a recuperarse de este duro golpe. Su corazón le había jugado una mala pasada. ¿Corazón? No tenía corazón. Estaba hecho trizas, y en solo unos días, y se consideraba afortunado por ello, esas trizas se habían convertido en hierro. Entonces se acordó del pobre infeliz que mandó asesinar por culpa de su última mujer. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Sí, se dijo, aquel tipo merecía morir. Por enamorarse de aquella mujer. Por enamorarse.

FIN

6 comentarios:

  1. EStupendo tu blog.Llevé aquí por casualidad, y que conste que no lo he leido entero, pero lo que he leido lo veo muy currao. Y cuando veo algo que me gusta lo digo ¿no? Una preguntilla. ¿Qué gatget (se escribe asi?) es el de nubarrón de etiquetas?? Lo estuve buscando para blogger durante un tiempo, pero no lo encuentro. Muchas gracias, y a seguir

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  2. Hola Marina, muchas gracias por tus palabras, es un honor y espero que sigas visitándolo.

    Respecto al widget (creo que es así como se les llama a esas cosas) ahora mismo no me acuerdo de dónde lo saqué pero sí recuerdo haberlo encontrado fácilmente. Voy a ver si lo tengo localizable y te lo hago sabes. Un abrazo!

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  3. Me gustado la historia. Pobre Joselontxo.

    Y el blog también. Si ya tenia ganas de ver Alicia ahora más.

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  4. Hola Luis, gracias por pasarte y por tu comentario. ¿Pobre Joselontxo? No sé yo si estoy muy de acuerdo, hum...

    Si ves la peli de Alicia, pásate por aquí y me cuentas qué tal.

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