14 de diciembre de 2009

Work in progress

Cosas vistas y oídas durante la construcción de un nuevo inmueble en “el Chino”, un barrio popular de Barcelona que nace y muere con el siglo.

EN CONSTRUCCIÓN, de José Luis Guerín (2001)


Eso es En construcción de José Luis Guerín, película que en el Zinemaldi de 2001 obtuvo el Premio Especial del Jurado (cuando era la gran favorita para la Concha de Oro o, por lo menos, para la mejor dirección). Eso que dice el inicio de la película, tras ver unas imágenes del barrio de principios del pasado siglo, es a lo que el espectador va a asistir durante un par de horas.

Los vecinos del Barrio Chino barcelonés asisten perplejos al derribo de los viejos inmuebles y comentan lo que les viene en gana, sus opiniones acerca de lo que les viene, de lo que es el barrio para ellos, de sus propias vidas… pero siempre entre ellos, nunca hablando directamente a la cámara, haciendo que En construcción no sea un documental al uso, sino que dejan que las cámaras les graben, con Guerín a sus anchas y haciendo tremendamente espontánea cualquier aparición de cada uno de los personajes que habitan el barrio, con quienes sin duda se acaba empatizando como pocas veces puede ocurrir en una película de estas características. Tanto es así, que cuando en algún momento de la película alguien dice que los viejos vecinos del lugar no tienen buena pinta, que no son guapos, y que debería estar prohibido que tendieran la ropa en la fachada de sus casas, dan ganas de levantarse del sitio y decir “oiga señor (o señora), mire usted lo que dice, que estas personas son muy buena gente y merecen un respeto”.

¿Quiénes son los protagonistas de la película? Un buen grupo de vecinos del barrio y otros tantos obreros que trabajan en el lugar del derribo y posterior construcción de las nuevas estructuras: Un señor ex-marinero, ya muy viejo, que lleva entre sus bolsas cualquier cosa que se encuentre por la calle, y que mantiene una graciosa e impagable conversación con otro señor también mayor a quien muestra sus preciados objetos (de todas las cosas que me encuentro, nunca he encontrado algo que se acerque al medio millón, o al millón pesetas); unos niños que en cuanto pueden se adentran entre los escombros para pintar con sus dibujos, sueños e ilusiones las paredes que probablemente al día siguiente serán derruidas; dos capataces de la obra que comentan la película de la noche anterior en televisión a la hora del almuerzo; un peón marroquí que toma el pelo a su compañero español con ciertas dosis de filosofía; y entre otros, una joven pareja de enamorados, sin oficio ni beneficio y prácticamente las veinticuatro horas del día colocados, que protagonizan probablemente las escenas más entrañables de la película ya que comprobamos lo realmente enamorados que están, haciéndonos pensar que ya puede venir lo que sea, tirarán uno y mil barrios, que ellos seguirán juntos y apoyándose el uno en el otro hasta el fin de los tiempos.

Son muchos los trozos de vida que nos muestra esta película, cada uno con su historia, con los que en su conjunto José Luis Guerín nos hace ver, precisamente, cómo es la vida y cómo es la gente, qué es la convivencia e incluso el respeto mutuo. Esta película es, en definitiva, un perfecto retrato de eso que se da en llamar los nuevos tiempos, que supuestamente llegaron con el cambio de siglo pero con el que se ve que, a pesar de las innovaciones y los cambios, son las personas quienes seguirán estando ahí, al pie del cañón.



PD: Un mendigo, refugiado una noche en la nueva construcción, abrigado con una manta y con un pequeño fuego para calentar una lata de comida, con la cara llena de arrugas y claramente forjada a base de mucho tiempo en la calle, mira instantáneamente a cámara para continuar mirando a un punto del más allá. Esa mirada a cámara dura un segundo o menos, nada más. Lo suficiente como para dejarle a uno helado. Un momento desolador.

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